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Washington Araújo

Máster en cine, psicoanalista, periodista y conferenciante, es autor de 19 libros publicados en varios países. Profesor de comunicación, sociología, geopolítica y ética, cuenta con más de dos décadas de experiencia en la Secretaría General del Senado Federal. Especialista en inteligencia artificial, redes sociales y cultura global, desarrolla una reflexión crítica sobre políticas públicas y derechos humanos. Produce el podcast 1844 en Spotify y edita el sitio web palavrafilmada.com.

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La brevedad de la vida

La vida no permite ensayos. Cada gesto es un estreno y una despedida, y el telón nunca vuelve a levantarse en el escenario del tiempo.

La brevedad de la vida (Foto: Reproducción/TV Globo)

La vida no se detiene en promesas. Vivimos en la cuerda floja entre el ahora y el nunca jamás. No hay mayor lujo que el momento presente. El reloj, ese verdugo disfrazado de rutina, no admite súplicas. Lo perdido se ha ido para siempre, y lo que se imagina eterno se revela como un espejismo al primer viento en contra.  

Séneca, el estoico que se enfrentó al imperio de Nerón, sabía lo que era vivir rodeado de urgencia. Escribió que «no es la vida la que es corta, sino el derroche el que la acorta». Se vio obligado a morir con la serenidad que predicaba: cortándose las venas mientras su discípulo, convertido en tirano, lo observaba. Quizás, si viviera hoy, reconocería en las callejuelas de Río el mismo espectáculo trágico de un poder embriagado de sí mismo: 121 muertos en una sola operación y la ilusión de que la justicia se mide en cadáveres.  

En Brasil, donde la medicina prolonga vidas pero el miedo acorta futuros, la longevidad se ha convertido en una estadística desalmada. La esperanza de vida supera los 75 años, según los informes; pero cada mañana, la juventud se trunca en las periferias, como si el tiempo fuera un privilegio de unos pocos. La gente muere antes de la vejez, no por enfermedad, sino por decreto. La muerte llega de forma uniforme, legalizada, transmitida en tiempo real, y cada cadáver es una biografía truncada en el primer párrafo.  

Séneca insistía en que «vivir bien es morir joven con dignidad o tarde con sabiduría». En Brasil, no tenemos ninguna de las dos opciones: la gente muere joven, sin dignidad; y quienes logran grandes cosas lo hacen rodeados de miedo, sobreprotección e indiferencia. La brevedad que el filósofo consideraba una invitación a la reflexión se ha convertido aquí en rutina: vidas consumidas entre tiroteos, pantallas y prisas.  

La cultura nacional, sin embargo, aún encuentra maneras de resistir el vacío. La samba, el teatro, la canción: todos saben que el momento es el escenario y la despedida, el último aplauso. Cartola, en su dulce dolor, cantaba como quien comprendía que el tiempo es un visitante fugaz. La belleza, cuando no tiene prisa, se convierte en eternidad por un instante. En ese instante cabe toda una vida. El periodismo, al narrar el mundo, se convierte en su obituario. Guerras, inundaciones, masacres: los titulares son oraciones fúnebres disfrazadas. El periódico se renueva, pero el drama es el mismo: la arrogancia humana de creer que se controla el tiempo, como si el reloj obedeciera a la vanidad. Séneca diría que desperdiciamos la vida como quien gasta una fortuna imaginaria, convencido de que habrá otra cuenta que saldar en el futuro. No la hay. No tenemos una vida de reserva, al menos no esta, con este cuerpo, esta memoria, estas personas y este breve teatro de afectos que nos rodea. El momento presente es todo lo que se nos concede. Y debemos hacer que todo encaje dentro de ello.


Vivir, al fin y al cabo, es un acto de presencia radical. Es tomar un café como si se firmara el pacto de paz definitivo con el instante. Es escuchar una canción como si se presenciara un milagro efímero. Es abrazar a alguien sabiendo que ningún gesto se repetirá jamás. La vida es breve, y precisamente por eso, irremplazable. Lo que le da valor no es su duración, sino la intensidad con la que uno se entrega por completo.

*Este es un artículo de opinión, responsabilidad del autor, y no refleja la opinión de Brasil 247.

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