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Washington Araújo

Máster en cine, psicoanalista, periodista y conferenciante, es autor de 19 libros publicados en varios países. Profesor de comunicación, sociología, geopolítica y ética, cuenta con más de dos décadas de experiencia en la Secretaría General del Senado Federal. Especialista en inteligencia artificial, redes sociales y cultura global, desarrolla una reflexión crítica sobre políticas públicas y derechos humanos. Produce el podcast 1844 en Spotify y edita el sitio web palavrafilmada.com.

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Macondo está prohibido.

Cincuenta y ocho años después, la aldea creada por Gabo es desterrada de la tierra que más habla de libertad, y que menos entiende lo que significa.

Macondo está prohibido (Foto: REUTERS/Edgard Garrido)

Hay una oscura ironía en ver Cien Años de Soledad Prohibido en las escuelas estadounidenses. Una nación que erige monumentos a la libertad de expresión decide ahora, en pleno siglo XXI, proteger a su juventud de Gabriel García Márquez, el escritor que transformó el sufrimiento humano en esplendor literario. Estados Unidos, que enseñó al mundo a consumir sueños enlatados, ahora teme la fantasía que revela sus propias heridas.

En el año escolar 2024-2025, la organización PEN America registró 6.870 casos de censura y prohibición de libros en 23 estados y 87 distritos escolares de Estados Unidos. Florida encabeza la lista, seguida de Texas y Utah. Entre los casi cuatro mil títulos afectados se encuentran… O Solé para Todos, por Harper Lee, El ojo más azul, por Toni Morrison, 1984, por George Orwell, Amado,, también de Morrison, y Maus, por Art Spiegelman. Y ahora, también Cien Años de Soledad¿La justificación? "Contenido sexual y moralmente inapropiado".

Cuando José Arcadio Buendía oyó decir al gitano Melquíades que «las cosas tienen vida propia, solo hay que despertarles el alma», describía con precisión el poder de la literatura. Eso es precisamente lo que el realismo mágico siempre ha hecho: despertar almas. ¿Qué tiene de peligroso? Quizá el peligro reside en despertar conciencias dormidas, algo que ciertos gobiernos e ideólogos prefieren mantener en el más profundo letargo.

Recuerdo vívidamente cuando leí Cien Años de Soledad Por primera vez, siendo aún adolescente, en una tarde en que el mundo parecía caber dentro de un libro, descubrí que escribir no era un pasatiempo, sino una forma de existir. Gabo —como me gusta llamarlo, y me permito esta familiaridad porque nadie lee una obra cinco veces sin desarrollar una relación cercana e íntima con su autor— me enseñó que la realidad podía reinventarse a través del lenguaje, que había belleza en lo absurdo y sabiduría en la locura.

La prohibición de Cien Años de Soledad —bajo el pretexto de “contenido sexual”— revela no prudencia moral, sino repulsión ideológica. Lo que se teme no son las escenas de amor entre Amaranta Ursula y Aureliano Babylon, sino la revelación de que toda civilización, incluso la más puritana, alberga su propio incesto simbólico: el de repetir, generación tras generación, los mismos errores que juró corregir. “El secreto de una buena vejez es un pacto honesto con la soledad”, dijo Ursula, matriarca y metáfora de todo un continente. Estados Unidos, sin embargo, parece incapaz de hacer tal pacto.

Prohibir Gabo es como borrar una constelación del cielo nocturno con la esperanza de que la noche parezca menos densa. Estados Unidos, con su censura y su retórica de «libertad», revela su deformidad moral al prohibir el libro que enseñó a la humanidad a nombrar lo indecible. Macondo es más que un pueblo tropical: es una metáfora de todas las naciones que han olvidado lo que prometieron ser. «El mundo era tan nuevo que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas, había que señalarlas con el dedo». Qué ironía: ahora, el imperio que se autodenomina moderno necesita que alguien le señale lo obvio.

En la saga de la familia Buendía, Gabo denunció la codicia extranjera a través de la multinacional bananera que explota, masacra y abandona al pueblo de Macondo. Esta crítica sigue vigente: si sustituimos la bananera de aquella época por una petrolera robusta como la venezolana PDVSA, o la pujante Petrobras, o incluso por un conglomerado tradicional como Juan Valdez —marca creada por la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC)—, el panorama se mantiene: el beneficio extranjero a costa de las tierras latinoamericanas.

Hay Cien Años de Soledad Una denuncia contra el olvido, la arrogancia y la amnesia histórica. Cuando Aureliano Segundo afirma que «los linajes condenados a cien años de soledad no tuvieron una segunda oportunidad en la tierra», no se refería solo a Macondo, sino a todos nosotros, a cualquier pueblo que cambia el pensamiento por conveniencia. Las prohibiciones literarias no protegen a los niños; protegen la ignorancia adulta. Son muros erigidos contra la imaginación, la forma más subversiva de libertad.

La literatura latinoamericana siempre ha sido inquietante porque no pide permiso: mezcla lo sagrado y lo profano, el mito y la política, el sexo y la soledad. Al intentar silenciarla, los censores revelan lo que más les asusta: no el erotismo de las palabras, sino el del pensamiento. «Creo que voy a enloquecer de tanto recordar», confiesa Remedios, y quizá eso sea lo que el imperio no soporta: recordar. Recordar su propia soledad, sus guerras sin sentido, su amor por la conveniencia y su fe en dioses que ya no responden.

Mientras existan libros como Cien Años de SoledadHabrá resistencia. Porque todo lector que se adentra en Macondo comprende que el realismo mágico no es un género literario, sino una forma de sobrevivir a la locura del mundo. Si Estados Unidos insiste en borrar a Gabo, es porque intuye que sus palabras son más perdurables que sus imperios, y que toda censura es, en esencia, cien puñaladas al cuerpo y al alma de la libertad.

*Este es un artículo de opinión, responsabilidad del autor, y no refleja la opinión de Brasil 247.