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paulo sergio pinheiro

Profesor jubilado de ciencias políticas de la USP y exministro de Derechos Humanos. Autor, entre otros libros, de Estrategias de ilusión: La revolución mundial y Brasil, 1922-1935 (Companhia das Letras).

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La masacre de Cláudio Castro

Más de treinta años después de Carandiru, la espectacularización del exterminio persiste no por ineficiencia, sino como un proyecto de poder.

Una imagen tomada con dron muestra cuerpos llevados a una plaza en el Complejo Penha, en la Zona Norte de Río de Janeiro (Foto: Ricardo Moraes/Reuters)

Do la tierra es redonda**

Décadas de experiencia demuestran que el uso estratégico de la inteligencia es la forma más eficaz de combatir el narcotráfico y las milicias. Las operaciones basadas en información precisa reducen los riesgos para la población y para los agentes de seguridad. A pesar de este consenso, Brasil insiste en acciones espectaculares y militarizadas, incapaces de desmantelar las redes criminales o de afectar los flujos financieros que las sustentan.

La reciente operación en Río de Janeiro es un trágico ejemplo de esta lógica. Con aproximadamente 2.500 agentes movilizados, el resultado fueron 117 muertes —muchas con signos de ejecución, tortura y cuerpos quemados—, además de la muerte de cuatro policías. Esta acción altamente letal, como recordó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, indica que es hora de “poner fin a un sistema que perpetúa el racismo, la discriminación y la injusticia”.

Un hombre de mediana edad, con barba y pelo corto, vestido con traje oscuro, camisa blanca y corbata a rayas, aparece en primer plano con expresión seria, rodeado de zonas oscuras y borrosas.

Es intolerable que la gobernanza democrática no garantice que las fuerzas de seguridad cumplan con las normas internacionales sobre el uso de la fuerza. Más de 30 años después de Carandiru, adonde llegué con la Comisión Teotônio Vilela la mañana siguiente a la masacre de 111 personas, también es intolerable que los gobiernos estatales sigan recurriendo al exterminio como forma de combatir el crimen. Y aún más aterrador es ver que parte de la población brasileña aplaude la brutalidad y la deshumanización de los habitantes de comunidades vulnerables perpetradas por sucesivos gobiernos.

El gobierno de Río intenta ahora borrar las pruebas de los crímenes inscritas en los cuerpos de los fallecidos. No hay expectativas realistas de que el gobernador Cláudio Castro (PL) encargue autopsias independientes. Corresponde al Ministerio de Justicia y a la Policía Federal investigar los posibles delitos: ejecuciones sumarias, tortura, fraude procesal y abuso de autoridad. La Fiscalía Federal ya ha exigido que se tomen medidas.

El magistrado del Tribunal Supremo Alexandre de Moraes —ponente del ADPF 635 (argumento de incumplimiento de un precepto fundamental), que regula las operaciones policiales en Río y que Castro ignoró— ordenó al gobernador que proporcionara información presentando un informe detallado de la operación, la justificación del grado de fuerza empleado y la identificación de las fuerzas involucradas.

El secretario general de la ONU, António Guterres, instó a las autoridades brasileñas a realizar una investigación inmediata, al igual que los relatores especiales de la organización sobre derechos humanos, reforzando la protección de las familias de las víctimas. Organizaciones civiles brasileñas, como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, solicitaron una investigación independiente y rigurosa.

A pesar de la indignación nacional e internacional, el ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski, guardó un silencio vergonzoso ante estas demandas iniciales. Al día siguiente, sin embargo, junto a Castro, anunció la creación de una oficina de emergencia para combatir el crimen organizado, integrando a las fuerzas de seguridad pública federales y estatales.

Si bien la cooperación entre los distintos niveles de gobierno federal suele ser positiva, existen preocupaciones sobre su eficacia y los riesgos potenciales, especialmente si se demuestra que el gobernador autorizó o alentó el operativo policial ilegal. En tal caso, podría ser considerado penalmente responsable.

La masacre de Río debe entenderse dentro de un contexto político más amplio, orquestado por Castro y otros gobernadores de extrema derecha. Tras la condena y encarcelamiento de su líder y sus aliados, estos actores políticos buscan utilizar el discurso de la guerra contra las drogas para desestabilizar al gobierno federal y mejorar sus perspectivas en las próximas elecciones. Además, intentan alinearse con la narrativa continental de la lucha contra el narcotráfico, actualmente liderada por Estados Unidos.

Para hacer frente a esta ofensiva de extrema derecha, es esencial una respuesta firme de las instituciones democráticas: una investigación federal rigurosa, transparente e independiente sobre la masacre de Castro.

Este paso es esencial para garantizar que los implicados rindan cuentas y para fortalecer el estado de derecho. Aún hay tiempo para dar una respuesta al respecto.

*Paulo Sergio Pinheiro es profesor jubilado de ciencias políticas de la USP; ex Ministro de Derechos Humanos; Relator Especial de la ONU sobre Siria y miembro de la Comisión Arns. Autor, entre otros libros, de Estrategias de la ilusión: la revolución mundial y Brasil, 1922-1935 (Compañía de Letras) [https://amzn.to/4le1Cnw]

**Publicado originalmente en Folha de São Paulo

*Este es un artículo de opinión, responsabilidad del autor, y no refleja la opinión de Brasil 247.